No hay nada mejor para desconectar, que madrugar y ver amanecer Madrid, acompañado de unos amigos y de una cámara de fotos. Da igual el frío invernal y no ver ni un alma por la calle. Ese es el encanto. Poco a poco va amaneciendo; se apagan las farolas y salen los primeros rayos de sol; aparecen los primeros transeúntes y turistas; los bares y restaurantes se preparan para dar los desayunos; las zonas estratégicas se llenan de personas que dedican gran parte de la jornada a tocar algún instrumento musical, a rellenar disfraces imposibles o a realizar números cómicos, todo vale para ganarse el pan amenizando a los viandantes.
¡De Madrid al cielo!
©
Miguel Ángel Santos Hidalgo
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