Hacía bastante tiempo que no pasaba una mañana en el rastro de Madrid. Cuando estás allí, entre puesto y puesto, sientes como si se hubiera detenido el tiempo, tu mente se llena de recuerdos de otra época. Recuerdas tu infancia, tu adolescencia, te das cuenta todo lo que han cambiado las cosas, los grandes avances tecnológicos, y en medio de todo este mar de pensamientos, valoras el esfuerzo de cientos de comerciantes que luchan por mantener a flote sus negocios, vendiendo pedacitos de nuestro no muy lejano pasado. Son personas, familias enteras que cada sábado y domingo despliegan sus productos en pequeños escaparates improvisados sobre cuatro maderas y una estructura metálica; la colocación es precisa, de cirujano plástico, cada pequeño objeto se debe colocar y se coloca en el mismo sitio de siempre.
Veras multitud de personas ensimismadas mirando revistas, la carátula de un disco de música, una simple llave oxidada de vete a saber que cerradura -no importa; lo fundamental es trasladarse a ese instante de nuestro pasado en el que fuimos felices, sin querer, una sonrisa aflora en el rostro, en el mío también.
El rastro es sudar de madrugada...
... es soñar con recuerdos pasados
...es revivir viajes inolvidables
....el rastro es blanco y negro
el rastro es color...
...es arte y cultura
...es llevarse siempre algo a casa, aunque sea un pelapatatas
...el rastro es perderse en cada puesto y desaparecer...
El rastro es disfrutar de una mañana estupenda, nunca defrauda.
© Miguel Ángel Santos Hidalgo
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